El exoesqueleto de la cucaracha inspira el diseño de un robot blando capaz de entrar en escombros y resistir condiciones extremas
Ni las balas, ni los venenos, ni el desprecio humano han logrado borrar a las cucarachas del mapa. Sobreviven al fuego, al espray, a la chancla… Y ahora también resisten las prensas científicas. En la Universidad de California en Berkeley, un equipo de investigadores puso a prueba los límites físicos de la Periplaneta americana, y lo que encontraron tiene implicaciones que van más allá de la mera curiosidad entomológica.
El experimento fue brutal: comprimir a estos insectos hasta someterlos a una presión equivalente a 900 veces su propio peso. Lo que muchos esperaban que fuera una masacre terminó siendo una lección de biomecánica. Las cucarachas no solo sobrevivieron; algunas incluso salieron caminando como si nada.
Detrás de esa resistencia extrema hay una arquitectura natural afinada por millones de años de evolución. Su exoesqueleto, lejos de ser una simple coraza, es una estructura viva, flexible, capaz de deformarse sin romperse. Se aplastan como acordeones sin aplastar sus órganos vitales. Esa habilidad es la que los científicos quieren copiar.

Biomimética en acción: del insecto al robot
Lo llaman biomimética: el arte de imitar lo que la naturaleza ya resolvió mejor que cualquier ingeniero. En este caso, la cucaracha sirve de modelo para desarrollar micro-robots de rescate, capaces de meterse entre escombros, pasar por rendijas minúsculas y operar donde ni las manos ni los drones pueden llegar.
Uno de esos prototipos se llama CRAM (por sus siglas en inglés: Robot Compresible con Mecanismos Articulados). Cabe en la palma de una mano y puede colarse por huecos de seis milímetros. Está diseñado para moverse en ambientes colapsados, como los que dejan los terremotos o las explosiones.
Detrás del diseño hay una idea simple: si una cucaracha puede salir ilesa de una pisada, ¿por qué no un robot? Para Kaushik Jayaram, coautor del estudio, lo esencial no es la dureza sino la combinación exacta entre rigidez y elasticidad. “Es una cuestión de geometría, no de fuerza”, resume.
Arquitectura del exoesqueleto: lecciones para la ingeniería
El exoesqueleto de la Periplaneta tiene placas que se superponen y se mueven entre sí como piezas de origami. Cada segmento puede doblarse, comprimirse, adaptarse al entorno sin perder funcionalidad. Esa flexibilidad dinámica es lo que hace viable su aplicación en robótica blanda.
Pero la historia no termina en lo mecánico. La cucaracha también sobrevive donde otras especies se desploman. Puede vivir sin oxígeno durante 45 minutos. Resiste niveles de radiación que serían letales para los humanos. Su sistema inmunológico, aunque rudimentario, es increíblemente efectivo.
Estas características han llamado la atención de instituciones como la NASA, que estudia su biología en busca de pistas sobre cómo sobrevivir en ambientes extremos, como Marte o la Luna. No es ciencia ficción: ya se han hecho pruebas con insectos en condiciones simuladas de microgravedad.
Además, su forma de caminar, aparentemente errática, es en realidad una estrategia eficaz para esquivar obstáculos y depredadores. Eso también se ha traducido en algoritmos de navegación para robots autónomos. En la confusión, hay cálculo.

Del laboratorio al futuro: aplicaciones emergentes
La cucaracha, por más repulsión que cause, cumple un rol ecológico fundamental: descompone materia orgánica, recicla nutrientes, mantiene el equilibrio del suelo. Su presencia en zonas urbanas es más síntoma que causa: aparece donde la higiene falla, no por gusto sino por oportunidad.
Desde 2023, estudios publicados en Journal of Experimental Biology han demostrado que las placas abdominales del insecto actúan como amortiguadores naturales. Distribuyen la presión, absorben impactos, reducen daños internos. El principio es tan efectivo que algunos arquitectos lo estudian como referencia para estructuras antisísmicas.
Esa misma lógica biomecánica es la que ahora se quiere traducir a materiales sintéticos. Imprimir polímeros que imiten la forma en que una cucaracha absorbe un golpe podría cambiar la forma en que diseñamos todo: desde cascos hasta edificios.
Y aunque el rechazo social es comprensible —¿quién quiere ver una cucaracha en su cocina?—, la ciencia prefiere mirar con otros ojos. No como amenaza, sino como modelo. No como plaga, sino como sistema eficiente.
El objetivo final no es rehabilitar su imagen pública, sino usar su fisiología para resolver problemas humanos. En contextos de desastre, cuando el tiempo apremia y los espacios son imposibles, un robot-cucaracha podría ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Colaboraciones y nuevos desarrollos científicos
En esa frontera entre la biología y la ingeniería, la Periplaneta americana se convierte en aliada improbable. Lo que antes se pisoteaba sin pensarlo dos veces —¡no lo hagas!–, ahora se estudia con microscopio, se disecciona con respeto, se replica en laboratorio.
A veces, las soluciones están en los rincones más oscuros. Basta con tener la mirada —y la humildad— para aprender de ellas.
El estudio mencionado fue llevado a cabo por el equipo de Kaushik Jayaram cuando formaba parte del laboratorio del profesor Robert Full en UC Berkeley. El experimento fue publicado originalmente en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) en 2016, bajo el título “Cockroaches inspire a robot that squeezes through cracks”.
A partir de esa investigación surgió el diseño del CRAM (Compressible Robot with Articulated Mechanisms), cuyo desarrollo ha evolucionado en colaboración con instituciones como Harvard University, donde Jayaram dirige actualmente su propio laboratorio de biomecatrónica.
La capacidad de la Periplaneta americana para soportar presiones equivalentes a 900 veces su peso corporal se basa en la morfología única de su exoesqueleto, especialmente las placas tergales del abdomen, que actúan como estructuras semirrígidas interconectadas.
Según un artículo publicado en Journal of Experimental Biology en abril de 2023, estas placas permiten redistribuir el estrés mecánico sin comprometer órganos internos, lo que las convierte en modelos de referencia para la ingeniería estructural de sistemas deformables.

La aplicación de esta biomecánica en robótica blanda es parte de un campo emergente llamado soft robotics, el cual ha sido identificado por organismos como DARPA y la NASA como estratégico para misiones en entornos hostiles.
Por ejemplo, la NASA ha financiado en los últimos cinco años varios proyectos centrados en la imitación de la locomoción y resistencia de insectos para exploración planetaria. Estos incluyen pruebas en condiciones de vacío parcial, radiación ultravioleta simulada y temperaturas extremas, como las encontradas en la superficie marciana.
En cuanto a la resistencia a la radiación, aunque la cucaracha puede tolerar entre 6 y 15 veces más radiación que un ser humano (alrededor de 6 mil 400 a 10 mil rads, dependiendo de la especie), no es invulnerable, como se cree popularmente. Estudios del Oak Ridge National Laboratory indican que insectos como el escarabajo de la harina (Tribolium confusum) superan incluso a las cucarachas en tolerancia a la radiación.
Aun así, su robustez metabólica y su sistema inmunológico innato —con una gran producción de péptidos antimicrobianos— las hace idóneas para análisis de supervivencia en hábitats extremos.
La cucaracha no solo ha inspirado el diseño de robots, sino también algoritmos. El modelo de locomoción errática, aunque caótico en apariencia, sigue patrones conocidos como randomized motion planning, que permiten a sistemas autónomos maximizar su eficiencia en ambientes no estructurados.
Estos algoritmos ya se aplican en drones y vehículos de exploración terrestre, así como en dispositivos médicos como cápsulas endoscópicas con navegación asistida.
En el ámbito urbano, la proliferación de la Periplaneta americana está altamente correlacionada con deficiencias en los sistemas de saneamiento. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), las concentraciones más altas de infestaciones en ciudades mexicanas como Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey coinciden con zonas de mayor precariedad en infraestructura sanitaria y manejo de residuos, lo que refuerza la noción de que su presencia es un indicador ambiental, más que una simple invasión.
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